Os apetece leer un adelanto de la historia que estoy a punto de terminar? Pues aquí os lo dejo... Al final, podréis ver la portada, que todavía no la había puesto aquí en el blog... ¿qué descuido!
Espero que os guste.
Abajo todo está en silencio y desierto. Las luces
están todas encendidas pero reina la calma más profunda. La puerta del despacho
de Evan está entreabierta, entro aunque sé que allí no hay nadie. La estancia
me devuelve su olor y me abrazo a mí misma al mismo tiempo que mis pulmones se
llenan de él. Es más grande que todo mi apartamento y recuerdo la primera vez
que estuve aquí...
Stephan vino a recogerme al Noa’s, un día en que debería haberlo hecho Evan, pero ocupado en
uno de sus asuntos no pudo. Cuando llegamos Evan todavía estaba hablando con
Derek, Conrad el hombre que estaba en el yate y otro chico que no había visto
hasta entonces. Al pasar por delante de la puerta de su despacho, sus
inquietantes y atrayentes ojos grises se clavaron en mí y con un gesto de su
dedo índice me indicó que entrara.
—Está bien chicos, ya sabéis lo que hay que hacer
—se despide mientras se levanta de su silla, detrás de su mesa y con
movimientos que me parecieron sexys hasta morir, la rodea para acabar
sentándose delante, sobre el filo.
—Buenas noches, Noa —saluda Derek.
—Hola Derek —le saludo y dedicándole una sonrisa a
los otros dos hombres, entro en el despacho.
Me quedo en medio de la sala, inmovilizada de pies a
cabeza. Evan no lleva corbata y su camisa está medio desabrochada. De su pelo
alborotado caen un par de mechones sobre su frente, se apoya con las manos en
la mesa y su torso ligeramente inclinado hacia adelante, hace que su camisa se abra
un poco y aparezcan entre los pliegues de la tela sus deliciosos pectorales.
Por mi mente cruza como un rayo la imagen del primer
día que entró en el Noa’s y ahora
mismo agradezco al cielo no tener nada caliente ni tampoco ningún objeto
punzante en mis manos, ya que de lo contrario, debería ir corriendo al
hospital.
—Espero que no decidas quedarte toda la noche ahí.
Para colmo, su sensual voz no lo acaba de arreglar.
Es como si me azotara una brisa caliente en mis oídos que penetra en ellos
hasta lo más hondo de mi cerebro; y por mis ojos entraran ráfagas de fuego en
forma de brazos, labios susurrantes, piernas cruzadas, pectorales sin camisa,
ojos grises… Ahora mismo ya no soy dueña de mi cuerpo.
—Tendrás que darme algo que me ayude a recuperar la
movilidad…
Le conozco ya un poco y sé cómo le gustan estos
retos y que juegue con él. Y a mí me encanta hacerlo, aunque ahora mismo sería
capaz de recuperar yo sola la movilidad, porque lo que me apetece es saltar
sobre él y comérmelo a besos.
Su rostro cambia por completo. Se incorpora y
empieza a avanzar muy despacio hacia mí. Sus ojos fijos en los míos se diría
que intentan perforar mis pupilas, su mandíbula parece que vaya a estallar en
su cara y sus labios se entreabren…
Toda esta impresionante belleza, se endurece todavía
más y se vuelve de lo más inquietante y perturbadora cuando mi lengua humedece
mis labios. Prometo que esta vez no lo he hecho queriendo, pero el nerviosismo
y la excitación del momento, me ha llevado irremediablemente a ello. Y viendo
su reacción no me arrepiento de haberlo hecho, claro.
Retrocedo un poco, para alargar un poco más el
deleite de lo que estoy contemplando, pero mi alegría y disfrute no dura mucho
más, porque claro, tropiezo con la mesita que hay frente al sofá y dando un
gran traspié caigo de culo sobre él.
—¡Joder!
Evan sonríe y rodando sus ojos me reprocha mi
vocabulario.
—¡A quién se le ocurre poner una mesita aquí!
—Noa… ya te cuesta andar en línea recta y de frente…
pues no intentes hazañas imposibles para ti…
Ya lo tengo encima, sin rozarme ni una pestaña. Una
rodilla a cada lado de mis caderas y sus manos apoyadas en el respaldo casi
rozando mi cabeza.
—Es culpa tuya… me alteras los sentidos… y no puedo
coordinar mis movimientos…
Su cara está a tan solo cinco centímetros de la mía,
sus labios entreabiertos y sus ojos viajando desde los míos hacia mis labios y
otra vez a los ojos.
—Ohh… Noa... pues hay ciertos movimientos que
coordinas muy bien… aún teniendo ciertos sentidos alterados…
—Evan… ¿es que no has hablado ya lo suficiente con
los chicos durante todo el día? ¡No quiero hablar más contigo!
—¿Ah no? —acorta la distancia dos centímetros.
Su rodilla derecha se pega a mi cadera. Ahora vuelvo
por un momento a la vida real y recuerdo que estamos en su despacho, mi mirada
se dirige hacia la puerta y luego de nuevo hacia él.
—No te preocupes. No entrará nadie, ya. A no ser que
quieran perder su trabajo y de paso, su vida.
Al escucharle, algo en mi interior se acelera y no
puedo retener el gemido que se forma en mi garganta.
—¿Qué ocurre, Noa?
—Evan… me excitas tan solo con hablar…
—Entonces… ¿quieres que siga hablando?
—No.
Su mano se desliza por mi mejilla y al primer contacto
con sus dedos mi espalda se arquea en busca de algo más. Sigue acariciando mi
cuello y al pasar sobre mi pecho no puedo acallar mi segundo gemido. Sus ojos
se entrecierran un poco y el calor de su mano atraviesa la tela de mi delgada
camiseta para abrasarme por completo el costado. Mis manos están aferradas al
pliegue trasero del sofá, me prohíbo a mí misma tocarle, necesito sentirlo
sobre mi cuerpo y quiero tener mi mente un poco lúcida para disfrutar de sus
caricias. Si lo tocara, aunque solo fuera un ligero roce, todo cambiaría. Baja
lentamente en dirección a mi muslo y ahora mi mejilla recibe el calor de su
dulce aliento que emana de sus labios a tan solo unos milímetros de mi piel.
Su mano completamente abierta abarca todo mi muslo y
emprende el camino ascendente. Llega a mi ingle y su pulgar roza mi sexo y
sigue ahí, rozando, una y otra vez. No puedo evitar emitir otro gemido, éste
más fuerte y profundo y ahora en su oído, lo que le hace perder un poco el
control.
Sus labios se apoderan de mi cuello y su mano se
introduce dentro de mis leggins y de paso, dentro de mis bragas. En cuestión de
segundos, sus dedos se hacen con mi punto más débil en ese momento y lo que
allí se encuentran es un mar de deseo.
—Noa… —su aliento y su susurro me hacen perder la
cabeza por fin.
Me aferro a su espalda y lo atraigo hacia mí. Su
calor se apodera de todo mi cuerpo y mis labios van en busca de los suyos. Su
lengua se introduce dentro de mi boca y de una forma desesperada se mueve por
todos y cada uno de los rincones posibles dentro de mí. Casi atemorizada mi
pobre lengua no tiene sitio para moverse, pero se rinde gustosa ante tal
intromisión y espera paciente su momento para actuar…
Me siento en el sofá mientras recuerdo la forma tan
sensual en que me hizo suya aquí pero tengo que volver a la realidad, he bajado
para buscarle y tengo que hacerlo ya.
Me sobresalta la puerta al abrirse del todo y veo a
Carlos que me mira con asombro.
—¡Joder, Carlos, me has asustado! —mira hacia atrás
cerciorándose de que no hay nadie y entra en el despacho.
—Noa, ¿qué haces aquí?
—Es que estoy preocupada, he bajado a buscar a Evan,
pero no tengo ni idea de dónde está. ¿Ha construido un bunker o algo así debajo
de la casa? ¿Dónde se meten?
—Noa, no creo que al Señor Heiss le guste que…
—Ya lo sé, Carlos. Sé que será lo peor que haga en
mi vida, pero necesito saber que está bien. Son más de las tres de la
madrugada, por Dios, Carlos… Será como si lo hubiera descubierto yo solita, te
lo prometo, yo esta noche no he hablado contigo, por favor…
—Sígueme.
—Gracias, gracias.
Lo sigo fuera del despacho y nos dirigimos a una de
las salidas al jardín. A mitad del pasillo se detiene y no sé por qué.
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