Cuando llegamos a la casa, el calor sigue siendo
agobiante.
—¿Te apetece otro baño? —invita Alan tras su
delatadora sonrisa.
—Mmmm... siii... tengo mucho calor.... —contesto
ahuecándome la camisa, dejando más a la vista mi escote frente a sus ojos, que
inmediatamente se iluminan y se hacen más profundos.
—Bien... pero... prohibido bañadores... —sus manos
se cierran sobre mi trasero y su boca se cierne sobre la mía. Su lengua invade
mi boca y mi cuerpo se enciende con el deseo de su contacto.
Arrastrándome hacia el salón en dirección al porche,
sus manos me van desnudando, mis dedos desabrochan su camisa rápidamente. En un
suspiro suelto su cinturón, el botón, la cremallera, sus pantalones caen con
facilidad al suelo. Estamos ya simplemente en ropa interior cuando salimos a la
arena, sin perder el contacto con nuestras lenguas ansiosas y deseosas la una
de la otra. Muerdo sus labios, él muerde mi lengua, mis manos tiran de su pelo
y sus manos entran en mis bragas agarrando mi trasero fuerte y profundo de
forma que las puntas de sus dedos rozan mi vagina.
—Mmmmm... Alan...
no quiero bañarme....
—Sí, mi amor... estás muy acalorada... necesitas
refrescarte...
—Hazme el amor Alan... Te quiero tanto... —bajo sus
boxers y no puedo reprimir mi gemido al sentir su erección sobre mi estómago,
golpeándolo con fuerza al liberarlo de su prisión. Sus manos bajan mis bragas y
sin esperarlo sus dedos se introducen dentro de mí con suavidad pero con firmeza.
—Ahhh... siii... —mis intentos por tumbarnos en la
arena son inútiles y sin dejar de masturbarme con sus hábiles dedos, me dirige
hacia el mar.
Siento enloquecer, no puedo seguir el ritmo de sus
pasos, al mismo tiempo que sus dedos me llevan a la gloria. Mis piernas empiezan
a desfallecer, cuando con la otra mano, me rodea con fuerza la cintura y
conduce mis pasos hacia la orilla, sin dejar de mover sus dedos dentro de mí.
Nos adentramos en el agua. Está fría, pero la sensación es muy placentera. El
choque del calor en mi interior recibiendo el frescor en mi piel, hace
estremecerme. Con la ayuda del agua, elevo mi cuerpo frente a él y enrosco mis
piernas entorno a su cadera para recibir así, dentro de mí, su cuerpo, fuerte,
duro, grande y sediento.

Si quieres saber más sobre la historia de Alan y Rebeca, la puedes descargar aquí.
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